Con el transcurso de los años el paradigma original del microcrédito fue transformándose y empezó a hablarse de las microfinanzas que integraban además productos de ahorro, seguros y otros servicios no financieros. Esto mejoró significativamente la oferta de las entidades microfinancieras, que enfrentaban tanto una saturación causada por la sobreoferta como la exigencia de mejores condiciones por parte de los deudores y las deudoras.
En la década de los ochenta, Bolivia se encontraba inmersa en una coyuntura social y económica compleja. Fue en este contexto que los microcréditos, bajo esquemas innovadores de garantías y tecnologías de crédito adaptadas a la realidad y necesidades de las personas, desempeñaron un papel crucial al proporcionar un alivio financiero a aquellos segmentos que históricamente habían sido marginados de los servicios bancarios convencionales, entre los que se encontraban las mujeres.
Las entidades microfinancieras que tenían un enfoque particular en las mujeres implementaron esta integración de servicios adicionales al crédito con el objetivo de fortalecer el autocuidado de las mujeres y promover la educación financiera. Se comprendió que no bastaba con otorgar recursos a las mujeres para empoderarlas y mejorar su bienestar social; también era necesario abordar las limitaciones relacionadas con el género.
Este proceso llevó a que los microcréditos, impulsados principalmente por las Instituciones Financieras de Desarrollo (IFD), lideraran la cartera de créditos con un 30.6% del total. Sin embargo, a diciembre de 2022, la brecha de acceso entre hombres y mujeres en el microcrédito superó el 29%, lo que significa que la titularidad de estas operaciones sigue siendo predominantemente masculina, con una participación superior al 60%.
Además, es importante destacar que durante los últimos treinta años, las mujeres han permanecido en el ámbito del microcrédito sin avanzar hacia los créditos para Pequeñas y Medianas Empresas (Pyme) y mucho menos hacia los créditos empresariales. En estos últimos segmentos, las brechas de acceso entre hombres y mujeres son asombrosamente amplias, alcanzando un 84% y un 99% respectivamente. Esto pone de manifiesto que las mujeres continúan rezagadas del sistema financiero.
Frente a este escenario, es importante cambiar los esquemas e integrar la innovación de nuevas tecnologías fintech que superen los sesgos de género y permitan que más mujeres accedan a servicios financieros para el impulso de sus iniciativas económicas.